Se
sorprendió al ver su reflejo en la pantalla del viejo televisor de la sala. Gracias
a su curvatura la imagen del muchacho lucía distorsionada y un tanto graciosa.
Hizo algunas muecas tontas hacia el televisor burlándose de sí mismo.
-¿Qué
haces?-preguntó Carolina extendiéndole el vaso de agua.
-Nada,
nada.-Sintió el calor en sus mejillas y supuso que éstas se ruborizaron de
inmediato. Tomó el vaso y advirtió que éste estaba manchado por fuera de largos
y gruesos dedos-. Gracias.
Ella lo observó con picardía y echó su cabeza
hacia atrás sonriendo disimuladamente. Se sentó en un mueble frente a él, y
ahora se encontraban separados sólo por una mesa.
-Creo
que le hacías muecas al televisor.
-No,
para nada. Para nada.-Siempre tendía a repetir las frases cuando se ponía
nervioso y esa tarde lo estaba y mucho.
Carolina cruzó sus delgadas piernas, cogió el
cenicero de la mesa, sacó un cigarrillo de su sostén y lo encendió con un
yesquero que tenía escondido en la esquina del mueble.
-¿Puedo?
-Sí.
Sí.
-Sí,
lo sé, pero me gusta ser educada. Soy una chica muy educada, ¿sabes?-dijo
sonriendo.
Daniel le sonrió de vuelta pero los nervios
lo estaban comiendo así que sospechó que su sonrisa no era del todo natural.
Sentía rígida la mandíbula.
Advirtió que las arrugas de la frente de ella
se marcaban especialmente cuando sonreía. No era ninguna jovencita.
-¿Cuántos
años tienes?
-Catorce.-Lo
dijo avergonzado. Pasó el dorso de su brazo por su frente perlada.
-No
te creo-le dijo sonriente echando su cabeza hacia atrás. Al hacer ella esto,
Daniel se sintió aún más avergonzado y quiso salir corriendo de allí.
Esta era la primera vez que la visitaba. Era
una mujer solitaria, sin hijos ni mascotas. Le agradaba, ya que era una de los
pocas inquilinas del edificio que lo saludaba cada vez que lo veía. Donde fuese.
Daniel apreciaba a las personas simpáticas ya que en su casa no abundaban. Y
sin duda, Carolina era una de ellas.
-¿Estudias?
-Sí.
Tercer año-respondió con una voz temblorosa casi inaudible. Otro sorbo de agua.
-Bien.-Carolina
expulsó el humo del cigarrillo hacia arriba formando una delgada y uniforme columna
gris.
Estaba ahí gracias a la insistencia de su
madre en que ayudara a la señora Carolina con las bolsas del mercado. Aceptó
con una sonrisa aunque por dentro se moría de rabia. No es que le desagradara
ayudar a alguien sino era la certeza de lo torpe que se ponía frente a aquella
mujer. Incluso había notado que sudaba exageradamente cuando estaba cerca de
ella.
El vaso de agua iba por la mitad y ya Daniel
se había acostumbrado a las manchas de los dedos. Y es que no sólo era el vaso,
todo en el apartamento parecía sucio o encapsulado en otro tiempo: el televisor
era muy viejo, los muebles eran de un color ocre bastante feo y el piso tenía
la cerámica vieja que muy pocos lugares del edificio aún conservaban y las
gruesas cortinas impedían la entrada de alguna luz al lugar lo que lo hacía
parecer más lúgubre aún.
Hubo un momento de silencio entre los dos en
los que sólo se escucharon los sonidos típicos de la ciudad: cornetazos,
gritos, motores. Daniel se sintió muy incómodo y pensó que aquel silencio
significaba que ella quería que él se marchase y ya que tenía la costumbre de
no devolver las cosas por la mitad, apuró el vaso de agua.
-Tenga.
Muchas gracias-lo dijo enérgicamente y de un golpe se puso de pie.
-¿Te
vas?
La pregunta lo descolocó. ¿Acaso quería que
se quedara?
-Sí.
Tengo tarea.-Se secó el sudor de las manos en el pantalón-. También tengo
examen.
-No
te creo.-Expulsó de nuevo el humo del cigarrillo de la misma manera que lo
había hecho hacía sólo un momento pero en esta ocasión la columna resultó
amorfa.
No sólo quería marcharse, quería correr,
huir. Sin embargo, algo que él luego no supo explicar lo obligó a decir:
-Me
puedo quedar un rato más.
Carolina le sonrió, se levantó y se dirigió a
un viejo tocadiscos. Daniel sólo había visto uno en toda su vida en casa de
algún familiar lejano. Le parecía mágico que una aguja reprodujera la música
tan nítidamente.
-¿Eso
es un tocadiscos?
Ella se volvió y le sonrió de manera
afirmativa. Se agachó y buscó distraídamente el disco que quería. Cogió uno, se
levantó, sacó el disco de su envoltorio y lo colocó cuidadosamente sobre el
plato.
-Creo
que te gustará. -Apagó el cigarrillo en el cenicero y se volvió hacia él-. Siéntate.
No me gusta ver a la gente de pie. Me pone nerviosa-le dijo y partió a su
habitación.
Daniel
se sentó y se cruzó de brazos. No sabía cómo actuar en aquella situación. Jamás
en su vida se había sentido tan incómodo, jamás en su vida había estado a solas
con una mujer que no fuera de su familia. Notó que las palmas de sus manos
sudaban y las secó con fuerza sobre el pantalón. Pensó que el sudor era su
punto débil, el que más lo avergonzaba.
-¿Y
bien, te gusta?
No mentiría si decía que le gustaba, así que
asintió. Era una música que evocaba a una vida alegre, de playa y fiesta. O por
lo menos de esta manera él la percibía.
-Es
uno de mis discos favoritos.-Carolina empezó a tararear la canción y a bailar a
su ritmo. Se mostraba tan libre y diferente al resto de personas que Daniel
conocía que lo único que se le ocurrió fue sonreír-. ¿Te burlas de mí?
-No,
no. Para nada-dijo negando con las manos y la cabeza.
Carolina le sonrió, detuvo su baile y se
volvió hacia el tocadiscos.
-Voy
a poner otro disco. Uno más reciente. De hace sólo unos veinticinco años.-Daniel
no entendió el sarcasmo del comentario y continuó observando el tocadiscos como
si fuera éste quien le hablaba-. La luna llamando a Daniel, la luna llamando a
Daniel, ¿me escuchas?
-La
tierra-le dijo en voz baja. Ella hizo un gesto de que no había entendido lo
último-. La tierra, se dice la tierra.
-Cierto,
siempre confundo los refranes. Es una mala costumbre-le dijo mientras caminaba
hacia la cocina.
Por un instante, percibió como si el
apartamento hubiera cambiado. Como si aquel ambiente lúgubre hubiera mutado en
otra cosa, en algo mucho más agradable. No podía definir qué era.
Como si se tratase de un musical, Carolina
entró bailando en la sala justo en el instante que empezó la canción. Bailaba
con tal libertad, que Daniel sospechó por un instante que ella se había
olvidado que él estaba ahí. Sin embargo, Carolina se volvió hacia él y le
estiró los brazos en señal de que quería que él bailase con ella. Negó con la
cabeza pero ella le insistió con un gran puchero. Casi contra su voluntad, su
cuerpo se levantó del mueble y dio uno, dos y tres pasos hacia ella. Ella lo
recibió con una gran sonrisa, y le dijo:
-¿Sabes
hacerlo?-Él negó con un gesto que delataba cierta vergüenza-. No importa. Yo te
enseño.
Carolina le enseñó donde debía colocar las
manos y cómo debía mover los pies al ritmo de la música.
-Un,
dos, tres. Un, dos, tres. Un, dos, tres…Es sencillo…Algo natural, Daniel,
natural.
Daniel asintió mientras se movía con cierta
torpeza.
-Es
una de las canciones más bellas que he escuchado en mi vida-le comentó Carolina
observándole a los ojos-. Me trae recuerdos de una vida que no viví o no he
vivido. No estoy muy segura.
Aunque la canción era interpretada en otro
idioma, él coincidía que su belleza era innegable. Su melodía junto a la voz
del intérprete la convertían en algo realmente bello.
-Bailas
muy bien, Daniel. Muy bien.
Sabía que no lo hacía tan bien como ella le
había dicho pero pensó que para ser principiante no debía hacerlo tan mal.
Siempre había creído que bailar era una destreza corporal de algunos pocos,
pero aquel día había descubierto que era completamente falso. Era ridículamente
simple.
La canción se detuvo y Carolina lo hizo
también. Se dirigió al tocadiscos. De espaldas, le dijo a Daniel:
-Debo
salir. Se me hace tarde.
Por alguna razón Daniel se sintió avergonzado
y se dirigió mecánicamente a la puerta del apartamento. Carolina se volvió y le
observó detenidamente, él estaba con la cabeza gacha, de pie junto a la puerta.
-Puedes
volver cuando quieras, Daniel.
No supo que responderle y sólo asintió tímidamente.
-¿Te
sucede algo?-le preguntó Carolina.
-No.
Cuando él alzó la vista para completar la
oración notó que Carolina ya se había marchado hacia su habitación. Abrió la
puerta, salió y cerró cuidadosamente a sus espaldas.